domingo, 23 de abril de 2017

La lágrima del marino

Alex había pasado la tarde encerrado en su habitación mientras las horas se habían ido amontonando. El cielo se adivinaba plomizo a través de la raída y amarillenta cortina y sólo el ruido proveniente de la cocina rasgaba la monotonía.

            Era ya de noche cuando sentado a la mesa, cenaba junto a su madre. Como siempre a esa hora ambos estaban intranquilos, no obstante, sus miradas cariñosas lograban disimularlo. Pocos días atrás su madre había reunido unas pocas monedas para regalarle algo a su hijo, y era ahora sobre lo que le preguntaba. En un principio Alex se había mostrado receloso ante aquel viejo libro polvoriento y de tapas cuarteadas, que obviamente había pasado por muchas manos antes de llegar a las suyas, pero ante la feroz insistencia de su madre, le acabó prometiendo que lo leería.

            De pronto la puerta se abrió. El hedor tan familiar que Alex tanto temía inundó la estancia antes que el hombre del que emanaba. Vino, sudor y colonia barata, así olía para él el miedo. Cuando su padre cruzó por fin el umbral de la cocina, Alex y su madre temblaban ya en silencio. Aquel hombre tenía un rostro macilento poblado por una descuidada barba de 2 días que le otorgaba un aspecto tétrico y su frente, perlada de sudor, enmarcaba unos diminutos ojos negros bajo los cuales unas grandes bolsas parecían a punto de desprenderse. No tardaron mucho en derramarse de su boca de sucios dientes toda clase de gritos e insultos. Alex sólo conseguía ver sus lágrimas cayendo en el plato. Las amenazas e improperios fueron rápidamente acompañados por golpes que a veces la mesa, a veces su madre y una vez su mejilla, recibían con brutalidad. Una noche más aquel horror. Una noche más querer huir y no tener a dónde.


            Nada más entrar en su habitación, Alex cayó en su cama. La rabia y el miedo le impedían pensar con claridad, pero poco a poco una idea se abrió camino en su cabeza. No creía que tuviera ningún sentido pero su madre había insistido en que podría usar un libro siempre que quisiera viajar a cualquier parte, refugiarse de algo o ser cualquier otra persona. Abrió la obra por la primera página y empezó a leer, mientras alguna lágrima aún empapaba el papel. El temor no tardó en dejar paso a la curiosidad mientras poco a poco su dormitorio se desvanecía. Poco después, Alex devoraba páginas con avidez, mientras surcaba el océano en un galeón, buscando una isla perdida que escondía un tesoro legendario. Las lágrimas en sus mejillas se convirtieron en salpicaduras saladas del mar, su pómulo ardía por el sol resplandeciente y el ruido que venía de la cocina no era sino el que las olas provocaban al chocar contra el casco. Tumbado en su cama, tal vez Alex olvidaba el miedo.

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